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domenica 19 luglio 2015

Evaluar para enseñar y para aprender

“Aprender no es aprobar exámenes.
Evaluar no significa calificar.
Evaluar para enseñar y para aprender.”

Confieso que antes que nos pusieron a reflexionar sobre la evaluación, mi opinión sobre el tema se centraba exactamente en una visión opuesta a lo que nos han ilustrado. Evaluar significaba poner los alumnos a prueba, porque las dificultades y las situaciones de estrés forman parte de la vida y un examen o una prueba evaluada son los momentos en los que hay que averiguar si los estudiantes han adquirido los contenidos y las nuevas competencias.


Ahora descubro que el luminar Carles Monereo habla de una “evaluación auténtica” y mis horizontes hacia este tema se amplían de repente: “Una evaluación auténtica es un tipo de evaluación que trata de reproducir de la forma más fiel y fidedigna posible las características y condiciones de situaciones y problemas que deberá afrontar el aprendiz con el conjunto de competencias que ha debido adquirir durante un determinado período de enseñanza. […] Dicha evaluación debería ser realista, funcional, constructiva y socializadora”. En suma, hay que poner en duda la utilidad real de la función “acreditativa” de la evaluación a la hora de evaluar un “proceso de aprendizaje”. Aprender no exige certificar conocimientos y no es indispensable verificar conocimientos declarativos para decidir si el alumno “sabe de verdad”. La cuestión es mucho mas delicada.
Como dice Carles Monereo, evaluar forma parte del proceso de aprendizaje (“creo que el problema es que la evaluación siempre se ha considerado al margen del aprendizaje, no como parte de él”). Se trata solamente de reconocer que la evaluación, en una línea temporal, llega al final de un procedimiento y tiene la utilidad de comprobar que el proceso de aprendizaje se haya desarrollado de manera positiva. Esto significa que la evaluación tiene dos protagonistas: el alumno que experimenta y el profesor que trata de transmitir algo. Por lo tanto se necesita reflexionar también sobre el papel del profesor (que en la visión mas tradicionalista se quedaba al margen de la situación a la hora de evaluar, con la única responsabilidad de poner una nota) que debería tener esa capacidad evaluadora también para acercarse de manera critica a su manera de evaluar. Monereo habla de “profesores que evalúan sus evaluaciones con el fin de autentificarlas”, esto presume que el docente reflexione de manera activa pensando en pruebas de evaluación adecuadas a su grupo de estudiantes preguntándose: ¿qué deberían ser capaces de hacer mis alumnos? ¿cuáles problemas deberían ser capaces de resolver?
Esta perspectiva no es fácil de conseguir, especialmente para los que siempre vieron la evaluación como un monstruo juzgador que solo los mas valientes podían vencer. El profesor puede cambiar los juegos integrando el momento de la verificación a su actividad didáctica. Primero, educando sus alumnos a ver con ojos diferentes el momento del examen, sugiriéndoles que ese momento forma parte de su camino de adquisición. El profesor organiza las pruebas y tiene total libertad creativa a la hora de pensar en las actividades con las cuales evaluará el grupo de estudiantes, puede enseñarles la importancia de la evaluación explicando que ese es el momento en que ellos, junto con él mismo, comprobarán si el proceso de aprendizaje y enseñanza ha dado los frutos esperados.
Siempre se trata de tener delicadeza comunicativa; la sinceridad y la transparencia de un profesor representan dos presupuestos importantes también en el momento final donde no es una nota que declara el éxito del proceso, sino averiguar si todo ha funcionado, como el docente había previsto.

“La evaluación tiene efectos determinantes sobre el aprendizaje, presente y futuro”


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